En
la Antigüedad, el rechazo a los niños deficientes estaba
generalizado, llegándose incluso al exterminio en Grecia.
Hasta la Revolución
Francesa no se planteó, si bien de forma segregada, su
educabilidad.
No
obstante lo anterior, hay que citar las excepciones de los educadores
españoles de sordomudos antes mencionados, así como la creación en
Francia, en el
siglo XVIII,
de la escuela para ciegos de Haüy,
en la que
Hasta
la Ilustración
no había un tratamiento mínimamente educativo del retraso
mental, y esta identidad quedó diluida junto a otros trastornos
como la locura, la
demencia... Las
personas con discapacidad
intelectual eran apartadas de la sociedad y se les atendía de
manera meramente asistencial.
Sólo
hasta el siglo XIX
empezó a desarrollarse en Europa la educación especial, sobre todo
en el caso de las personas con deficiencia
sensorial, en los que existían los precedentes antes citados. A
lo largo de este siglo autores como Philippe
Pinel (1745-1826), Jean
Étienne Dominique Esquirol (1772-1840), Jean
Itard (1774-1836) y Eduardo
Séguin (1812-1880) desarrollaron métodos aplicados a las
discapacidades que serán luego perfeccionados en el siglo
XX por Ovide
Decroly y María
Montessori.